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lunes, 20 de diciembre de 2010

A mis alumn@s egresad@s


Querid@s alumn@s,



Desde hace unos días estoy pensando qué palabras podría dedicarles en esta bienvenida a la profesión docente… y es que me tuvieron que escuchar tantas veces, durante tanto tiempo, diciendo las mismas cosas, que creo que ya es suficiente.


Sin embargo este momento me llega al corazón por muchas razones que ustedes conocen y no es necesario aclarar (nos conocemos tanto…). Razones que hacen inevitable que mire hacia atrás y me pregunte cómo fue que me tocó dar este paso entre el profesorado y la profesión. Y esta mirada atrás me hizo tomar conciencia acerca de cuánto habían cambiado algunas cosas.


Cuando me tocó estar ahí, justo donde ustedes están en este momento, a nadie se le ocurría hablar acerca del cuidado del otro. Se daba por supuesto que si habíamos elegido la docencia era porque nos preocupaba el bienestar de los chicos. Nuestros profesores estaban más preocupados por inculcarnos la idea de que teníamos que continuar nuestra formación académica, que teníamos que seguir estudiando toda la vida.

Hoy se invirtió el estado de cosas. Todos los docentes (aún quienes no lo hacen) estamos convencidos de la necesidad de mantenernos actualizados. Pero nos estamos olvidando de que nuestro lugar de adultos es el de mirar y cuidar, porque eso también es educar.



Sé que a ustedes les consta, porque l@s he visto conmocionarse y llorar por eso, que cuando hoy uno entra en las escuelas ve:

• Niños con los cordones desatados, y nadie se da cuenta de que se pueden caer;
• Niños que salen al patio desabrigados, o están agobiados por el calor en un salón cerrado donde falta el aire, y nadie se dio cuenta de su incomodidad o de que pueden enfermarse;
• Niños mocosos a los que nadie les limpia la nariz, o sucios y a los que nadie se les acerca porque la suciedad y la pobreza huelen mal, y porque los piojos se contagian;
• Niños que nos reclaman porque les pegaron, los ofendieron o se les perdió algo, y nadie los atiende en eso que para ellos sí es importante de verdad.

Hoy hasta nos cuidamos de abrazarlos, de hacerles una caricia, o de tocarlos, porque tenemos miedo de ser denunciados. Hemos aprendido a no quedarnos solos con un chico, a no cerrar la puerta… Sin que nos demos cuenta, con el paso del tiempo, el trato se va despersonalizando y tornando violento: vemos maestros y profesores apretujándolos para pasar primero, comentando en voz alta cuestiones de su más profunda intimidad, y ofendiéndolos -la más de las veces sin darse cuenta- con observaciones sobre ellos mismos o sus familias.

Hoy no podemos seguir dando por supuesto que nuestra tarea es mirar y cuidar. Si no insistimos en prestar atención a todo lo que hacemos, podemos caer muy fácilmente y sin darnos cuenta en la imitación de estas formas que se han ido instalando y que, miradas desde afuera, nos parecen horrorosas. Formas que han pervertido tanto el estado normal de las cosas que nos llevan a confundir el cuidado que nos interpela y cuestiona con maltrato, y la demagogia oportunista e interesada con amistosidad.



Durante estos años de formación hemos hablado muchas veces acerca de que la profesión tiene que ver con profesar, con dar cuenta de aquello que uno es y en lo que uno cree. La ética de la profesión tiene que ver con decir lo que se piensa, y hacer lo que se dice. Por eso, en tanto maestros, debemos modelizar este cuidado del otro, porque es la única manera de devolverlo a su lugar preferencial. Y porque quien cuida, también enseña.

Tenemos que volver a cuidar a los chicos. Pero también tenemos que cuidar a sus familias, a esos padres a quienes tan fácilmente se culpabiliza cuando no se conocen sus condiciones de vida o su historia. Muchos de ellos necesitan que les mostremos cómo cuidar a sus hijos, porque no pudieron aprender a cuidar porque nadie cuidó de ellos, o porque son tan jóvenes que aún no pueden colocarse en el lugar de adultos. O por ambas cosas a la vez…

Hoy, quizás como nunca antes, somos el adulto de referencia no sólo de nuestros alumnos sino de sus familias.

Y también tenemos que cuidarnos entre nosotros, porque todos necesitamos ser tratados con afecto y con respeto, ser reconocidos en nuestra dignidad de persona; porque cuando los vínculos se van enfriando no es posible sostener nuestra tarea. Ninguno de nosotros es tan fuerte, ni tan sabio, ni tan talentoso como para poder cargar solo con la tarea de educar a otros. Y cada uno de nosotros es tan fuerte, tan sabio y tan talentoso como para tener algo relevante y único para aportar. Y si no lo hacemos, se pierde.


Hay una frase de Paracelso que resume magníficamente lo que intenté decirles con tantas palabras:

“Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no puede hacer nada, no comprende nada. Quien nada comprende, nada vale. Pero quien comprende, también ama, observa, ve. Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor. Quien cree que todas las frutan maduran al mismo tiempo que las frutillas, nada sabe acerca de las uvas.”






Bienvenid@s a la más maravillosa de las aventuras



Con el amor de siempre,

Viviana Taylor